¡¡Hola!!
Pues
aquí vuelvo, otro mes más con ganas de endulzaros un
poco la vida y olvidarnos de este bonito clima vitoriano. Luego dicen que los
vascos somos muy cerrados...¡normal! Si la culpa es del tiempo. Pero bueno, así
nos sigue apeteciendo quedarnos en casita y cocinar. Aquí el que no se consuela
es porque no quiere.
Lo
importante de la receta de hoy no es sólo la receta en sí, sino más bien su
presentación. En temas de repostería, se
puede decir que está (casi) todo inventado. Por eso, muchas veces lo más
importante no es el qué, sino el cómo. No es lo mismo presentar una panna cotta
de la manera tradicional, en forma de flan en un plato acompañada de un puré de
frutas, que presentarla en un huevo de chocolate, ¿no?
Ya
sabéis que soy una enamorada de Italia y de todo lo
relacionado con ese país: cultura, idioma, gastronomía,... Este postre lo
descubrí cuando vivía allí y me enamoró completamente. La panna cotta significa literalmente "nata cocida", y
realmente es tan simple como eso. Se prepara en un abrir y cerrar de ojos y
tiene un sabor suave y delicado. Lo
mejor de todo es la infinidad de variaciones y combinaciones de sabores que
permite, tanto como acompañamiento como en la propia panna cotta.
Os paso la versión clásica de la receta, pero se pueden hacer
infinidad de variaciones y combinaciones, es un postre de lo más agradecido. De
hecho, si os pasáis por mi blog (Gallecookies)
veréis otras recetas de panna cotta.